Paraules de Jaume Cabré sobre Llull

20/11/2018

Autor del libreto

Crónica de una aventura inesperada

Un día, Francesc Cassú me llamó porque a Josep Lagares y a él les rondaba una idea por la cabeza... A Francesc Cassú lo conocía por su proyección profesional como director de La Principal de la Bisbal; además, estaba grabando un disco de sardanas, una de ellas de mi padre, y nos había invitado, a los hijos, a estar presentes en el estudio de grabación llegado el momento. Y ahora me llamaba porque Josep Lagares...

—¿Quién es Josep Lagares? —pregunté.

No tardé mucho en saber quién era. Una de las cualidades de nuestra tierra (que tiene muchas) es que hay señores y señoras «Floïd», Grífols, Lagares... que no hacen ruido y que, sin buscar titulares en los diarios, provocan movimiento y trabajo en el país. La idea que nos expuso, ya reunidos los tres, fue la de hacer una ópera que tuviera un sello catalán, pero sin tenerlo que explicitar.

—¿Sobre qué?

—Eso es cosa tuya: propón temas.

Una vez en casa, recuerdo los días que pasé sopesando posibles temas. Hasta que me topé con Llull: era nuestro hombre. Ramon Llull vivió una vida tan espectacularmente repleta de viajes, estudios, discusiones, escritura, lecturas... que la ópera nos podía durar horas. Por eso decidí comenzar in media res, situándolo en la tentación de Génova, cuando ya era un hombre mayor y castigado por los desengaños de los poderosos. Y decidí hacer contemporáneo suyo a toda una «perla» gerundense: el inquisidor Nicolau Eimeric, nacido uno o dos años después de la muerte de Llull pero que le profesó un odio «profesional» desmesurado. Odio a su «pestífera doctrina» y a su persona. Sin hacerse de rogar, vinieron a ayudarme Blanca y Magdalena, la esposa y la hija de Llull, con las que, por su obsesión por convertir infieles, este había roto el contacto. Pero tuve que prescindir del hijo. En cambio, no pude evitar hacer salir al papa Clemente y al rey Felipe. De Francia.

Aunque he inventado situaciones menores, debo decir que las más llamativas e inverosímiles son verídicas; Llull consideró el Mediterráneo como su casa y realizó docenas de viajes por tierra y por mar. Tuve la precaución de pedirle a la profesora Lola Badia que le echara un vistazo al libreto, por si detectaba disparates más allá de la libertad narrativa que requiere una obra de ficción sobre un personaje histórico. Y una vez el libreto retocado, releído y discutido, durante larguísimos días, con Lagares y Cassú como cómplices, y habiéndolo mejorado entre todos, Cassú comenzó la ingente tarea de ponerle la música y también a sugerir cambios mínimos o matices en la redacción, que, hasta que no se levante el telón, no podemos considerar definitiva.

Ramon Llull fue un hombre contradictorio, de genio fuerte, huraño, trabajador, fiel a sus creencias, capaz de ofrecer al mundo tratados y razones lógicas para abrazar el cristianismo. Y, además, tenía la pretensión inútil de regenerar la Iglesia. Y escribió novela (sin saberlo), poesía, tratados, coloquios y otros textos en catalán. Él mismo se tradujo o redactó directamente en latín y en árabe, en función de quiénes fueran los destinatarios de la obra. Una labor descomunal: solo en prosa, se han contabilizado 243 libros. Y se sabe de mucha obra perdida. Llull no valoró nunca la escritura desde la perspectiva de la expresión artística: escribía para convertir a los infieles. Pero escribía tan bien (piensen en una joya tan deliciosa como el Libro del amigo y del amado) y escribió tanto que está considerado como el arquitecto fundador de la literatura catalana. Sin saberlo, sembraba futuro.

Y los Lagares y Metalquimia, con sus iniciativas y sus ayudas, solidifican el presente al hacer posible esta ópera que hoy se estrena; también siembran futuro.